—¿Por qué tanto miedo a decir lo que sentimos y tan poco a callar lo que somos?
Tú me miraste confiado, como si tuvieras todas las respuestas del mundo en la cabeza.
—Porque ser como los demás nos hace sentir más seguros. Por eso las personas tenemos miedo a diferenciarnos del resto, tenemos miedo a destacar.
—Pero eso es, precisamente, lo que nos hace ser personas. Si no fuésemos diferentes, entonces no seríamos más que copias —protesté.
—Quizá eso sea en lo que nos convirtamos: en la copia de una copia de otra copia, como dijo Palahniuk.
—¿Quién es Palahniuk?
Hiciste un gesto de indiferencia con las manos, quitándole importancia al asunto.
—Lo importante es que tú no te conviertas en la copia de nadie. Mientras eso no cambie el mundo aún será mundo, las personas aún serán personas y tú aún serás tú.
Las palabras salieron de tu boca sonando a verdad absoluta. Si la verdad absoluta existiera, hubiera pensado que la habrías inventado tú. Pero ambos sabemos que la verdad absoluta, por absoluta, no puede existir.
O, si existe, la única verdad absoluta es que no existen las verdades absolutas.
—¿Y qué hay de los demás? ¿Qué pasa con aquéllos que no saben en lo que se están conviertiendo?
—Cada uno es responsable de lo que hace de sí mismo —dijiste, mirándome.
—Eso no es cierto. Somos lo que el mundo ha hecho de nosotros. Somos consecuencia, no causa.
—Es verdad que somos consecuencia, en cuanto a que cada uno es el resultado de lo que le ha tocado vivir. Pero somos nosotros los que elegimos la forma en la que respondemos a las contingencias de la vida. Somos nosotros los que elegimos de qué manera nos influyen los azares del destino. Así que no existe excusa que justifique lo que se es, o lo que se deja de ser.
Después de decirlo, hiciste una pausa. Me miraste a los ojos y concluiste:
—No lo olvides nunca: eres lo que eliges.