Las olas rompían contra las rocas que teníamos bajo nuestros pies, a pocos metros de distancia. El olor del mar se confundía con el de tu piel. Pronto se pondría el sol, que brillaba en el colgante que llevabas con tu nombre, que recuerdo enredado entre las puntas de mis dedos.
Te había dicho que podías contar conmigo para portarnos mal. Y recuerdo tu expresión de incredulidad. Nunca me creíste capaz de llegar tan lejos.
—¿Harías lo que fuera por mí? —me preguntaste.
Antes de que pudiera responder, te lanzaste desde lo alto del acantilado con una pirueta tan leve que parecía como si tu cuerpo no pesara nada, y al zambullirte en el agua salpicaste pequeñas gotas de mar hacia las rocas. Te sumergiste con la facilidad de una ninfa. Y me hiciste creer que no eras de este mundo.
La distancia entre los dos me pareció mucho más lejana, cuando sentí el vértigo, justo antes de lanzarme contigo. Fui a buscarte, nadando contra la marea, luchando contra la fuerza del agua. Llegué hasta ti después de unos segundos y te dije que nunca había estado tan cerca de la libertad. Eras todo lo que quería. No podía evitar necesitarte.
Llenabas todos los vacíos con ese espíritu sobrenatural que tenías. Parecía que vivir era una obra de teatro y que nos seguían todas las luces del mundo.
Ojalá que nunca se apaguen.
—No sé si haría todo lo que fuera por ti, pero estoy seguro de que nadie más estará tan cerca de conseguirlo.
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